Saludo al Santo Padre en la audiencia con CL

Julián Carrón

Santo Padre,
Nos alegra mucho tener este encuentro con Su Santidad en un año tan significativo de nuestra historia. Le agradezco de todo corazón, en nombre de mis amigos reunidos aquí desde todas las partes del mundo, este gesto de paternidad para con el pueblo nacido del testimonio de don Giussani, de quien el pasado 22 de febrero celebrábamos el décimo aniversario de la muerte. Regresar a esta plaza donde le vimos proclamar ante san Juan Pablo II su asombro por el pueblo que Dios había hecho nacer de su pasión por Cristo como “instrumento de la misión del único Pueblo de Dios”, provoca en nosotros una verdadera conmoción.
Más que nunca tenemos viva en la memoria su persona y su vida, con las que él nos condujo a Cristo en la obediencia y en el seguimiento de Su Iglesia. Cuanto más pasa el tiempo, más tomamos conciencia, siguiéndole, del valor de su figura para cada uno de nosotros y para todos. Por eso hemos deseado venir a Su encuentro, Santidad, porque no queremos dejar que se agoste “la frescura del carisma” que nos ha fascinado.
Conscientes de nuestra fragilidad y de nuestra traición, venimos en peregrinación a la tumba de Pedro para pedir la frescura del carisma, como Su Santidad nos ha sugerido en el discurso al Congreso de los movimientos. Queremos vivir cada día más “renovando siempre el ‘primer amor’”, el que nos ha hecho exclamar: “Cuando encontré a Cristo, me descubrí hombre” (Gaio Mario Vittorino).
Nos hemos preparado para este encuentro pidiendo sobre todo al Señor que se renueve siempre en nosotros el corazón despierto del comienzo, esa sencillez sin la cual nos aferraríamos a las formas del pasado, olvidando lo esencial y dejando que se extinga el ímpetu de vida que nos fascinó.
Sabemos bien que solo con nuestras fuerzas no podemos generar ni conservar la frescura del carisma; necesitamos que la gracia recibida vuelva a florecer, siempre nueva, en nuestras vidas, lo que puede ocurrir solo si mantenemos el vínculo con Pedro que don Giussani inoculó en nuestra sangre. Por eso venimos como mendigos, con el deseo de aprender, para ser ayudados a vivir el carisma recibido, con una fidelidad y una pasión cada vez mayores.
Solo si estamos enraizados en Cristo de esta manera podremos hacerle presente a través de nuestras vidas en las periferias existenciales, en cualquier ambiente y en toda circunstancia en la que, a diario, se desarrolla el drama de nuestros hermanos los hombres, especialmente de los más castigados por la vida, sedientos de encontrar, aún inconscientemente, la mirada misericordiosa del Señor. Nosotros, como ellos, necesitamos esta mirada de misericordia de la que Su Santidad es ahora signo e instrumento.
Estamos aquí, Santidad, deseosos de experimentar cómo se renueva en nosotros el Acontecimiento único que, atravesando los siglos, nos alcanza hoy en esta plaza, haciéndonos experimentar la belleza y la alegría de ser cristianos.
¡Gracias, Santidad!

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