Saludo de Ignacio Carbajosa en la misa del XIIº aniversario de la muerte de don Giussani y XXXVº del reconocimiento pontificio de la Fraternidad de Comunión y Liberación

Ignacio Carbajosa

Querido Señor Cardenal,

Celebramos esta eucaristía con motivo del duodécimo aniversario de la muerte de don Giussani y trigésimo quinto del reconocimiento pontificio de la Fraternidad de Comunión y Liberación. En estos doce años desde la muerte de don Giussani el mundo ha experimentado un cambio vertiginoso, como no se había conocido en mucho tiempo. Tanto es así que el papa Francisco prefiere hablar de “cambio de época” más que de “época de cambios”. Muchas de las evidencias que sostenían nuestra civilización occidental, de raíz cristiana e ilustrada, se están resquebrajando. Cosas que hace no muchos años parecían firmes y compartidas por todos, hoy están en crisis.
Seríamos miopes a la vez que desagradecidos si los aquí presentes diéramos por descontado lo que el Espíritu del Señor ha generado entre nosotros en estos doce años: el carisma de don Giussani sigue vivo y se nos ha manifestado en una sorprendente capacidad de leer el momento histórico, no como ocasión de lamento, sino como una oportunidad única de volver a proponer la belleza del cristianismo. Le confieso que estos han sido años de una gran intensidad, no exentos de dificultades para entender todo lo que sucedía a nuestro alrededor. Pero hoy nos sorprendemos alegres por el don de la fe que, a través de nosotros, alcanza a tantas personas de nuestra sociedad heridas por la crisis humana, social y económica.
La persona del papa Francisco y su modo de ponerse ante el mundo se han convertido para nosotros en un punto de referencia para el camino. Agua fresca y cristalina. Al llamarle al cardenalato, querido don Carlos, el papa le ha incorporado de un modo especial a su preocupación ministerial a favor de toda la Iglesia y el mundo. Como movimiento, queremos darle toda nuestra disponibilidad para que en esta diócesis el abrazo de Cristo, buen samaritano, sea una realidad palpable, dispuesta a salir al encuentro de tantos hermanos nuestros que sufren, anhelando la belleza que la fe nos ha dado.