Chile. La paz es el único camino posible
Un diálogo con el nuncio apostólico, Monseñor Alberto Ortega, y con un amigo que vive a pocos kilómetros del conflicto en Ucrania. Un encuentro organizado por la comunidad chilena.¿Existe un camino posible hacia la paz en el presente? Esta ha sido la pregunta que nos ha interpelado y movido a generar un encuentro con monseñor Alberto Ortega, nuncio apostólico en Chile, y Francisco Giacosa, amigo argentino radicado en Polonia, quien ha relatado su testimonio viviendo en Polonia en tiempos de guerra.
Francisco ha sido voluntario en la frontera con Ucrania, y nos ha contado cómo en el dolor ha surgido la belleza de la hermandad; cómo el pueblo polaco ha abierto sus puertas a los refugiados, dejando ver una humanidad conmovida y abierta a las necesidades de quienes han llegado con miedo e incertidumbre. Cómo estas familias separadas por la guerra han encontrado consuelo y espacio para la fe. El relato conmovedor de Francisco ha permitido abrir nuestra conciencia para salir de uno mismo y pensar en el mundo: somos parte de una humanidad herida, y deseamos no acostumbrarnos a vivir sin dejarnos interpelar por lo que sucede.
Monseñor Alberto ha comenzado diciendo: «Todo tiene que ver con Él y por eso nada nos es indiferente». Sus palabras han sido una ayuda, no solo para mirar el conflicto en Ucrania, sino nuestras propias vidas, porque nos ha llamado a reconocer que el mal no es la última palabra, pues al ser conscientes de nuestra pobreza también somos invitados a ser conscientes del Amor de Dios. En este sentido, todas las circunstancias pueden ser oportunidad de conversión, pero ¿cómo puedo yo contribuir a la paz? Primero, reconociendo que la cultura de la paz no se construye solo entre países, sino en el corazón de cada uno de nosotros. ¿Y quién es nuestra paz? El Mesías es el Príncipe de la paz. Nuestra fe es la oportunidad de mirar con la ternura del Misterio todo aquello que nos provoca. La guerra tiene que ver con nosotros, no por una cuestión geográfica, sino profundamente humana. El Papa, a través del nuncio, nos pide sacar de nosotros toda raíz de odio y resentimiento, es decir, comenzar por cada uno de nosotros, encontrando a los demás, vengan de donde vengan sus posturas. La verdadera vía es el diálogo, porque la alternativa es la violencia.
Ortega nos ha invitado a leer juntos el mensaje del Papa a propósito de la Jornada Mundial de la Paz, para que redescubramos la palabra “juntos”: pensar juntos, construir juntos, buscar juntos, ser comunidad. Así como el COVID nos ha empujado a buscar soluciones para la humanidad, después de la contingencia del virus estamos aprendiendo que la guerra es una pandemia para la cual no hay vacuna, pues se instala en el corazón, y es, por tanto, al corazón humano al que debemos apelar para volver a comenzar en términos personales y también comunitarios, pidiendo que Dios cambie nuestros criterios a la luz del bien común, estando disponibles y abiertos a la fraternidad universal. «Concebirnos como un nosotros implica el diálogo como instrumento», señalaba el nuncio.
¿Qué buscamos en este deseo de paz? Queremos la plenitud del corazón, pero esta plenitud no es la ausencia de guerra, sino el cumplimiento de la sed con la que estamos hechos. Este encuentro nos ha permitido hacer memoria de que para nosotros, el mismo Señor es la Paz, y el nacimiento del Señor es el nacimiento de la Paz. Si damos cabida a la presencia del Señor, es posible el perdón que nos parece imposible. Ya sabemos que humanamente es difícil perdonar, sin embargo, el perdón es la única vía de la paz. El papa Francisco nos llama a dialogar, aunque repugne, sin olvidar que de la mano de la justicia, necesitamos misericordia; de otra forma, la justicia humana se transforma en búsqueda de venganza.
Ante un problema tan inmenso como la guerra, en nuestra impotencia, ¿qué podemos aportar? Dar testimonio del perdón entre nosotros es la posibilidad de conocer el Bien encarnado, ser, en medio del mundo, en el presente, una posibilidad de reconocer al otro en lo que es de verdad, y no por lo que nos hizo. Cuando vemos el Bien encarnado, descubrimos que es posible. Nuestra contribución es intentar estar a este nivel. ¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón era la canción que dio inicio a este encuentro, para hacer memoria de que en medio del presente, en las dificultades, en medio de nuestra pobreza y fragilidad, podemos ser signo de esperanza en Su nombre.