El imprevisto. Una oportunidad para llegar más a Él
Más que nunca en este tiempo nos sentimos inmensamente amados, abrazados y mirados por Él. La enfermedad ya no era la última palabra. Cristo no solo venció en esa cruz, sino también en nuestras vidas y a cada instante que se lo permitimosNo es fácil estar frente al diagnóstico de una enfermedad grave. Mi marido y yo vivimos esta experiencia cuando a él se le diagnostica cáncer testicular con ramificación a los ganglios del estómago. Para poner en contexto, somos un matrimonio joven con casi ya ocho años de casados, con una hija de 5 años y un hijo de 2 años, también un primer hijo que nació para el cielo antes de nacer.
Lo que mi esposo vivía en el tratamiento con la enfermedad fue siempre considerado como también mi enfermedad, es decir, su dolor era también mi dolor. Cada cosa que él sentía que él padecía, cada hora médica o examen, sin darme cuenta, la verbalizaba como nuestra, de ambos. Esto me hace pensar si yo que soy imperfecta en el amar puedo implicarme así con mi amado, entonces, cuánto más Dios lo hace con nosotros, con nuestros dolores y angustias.
En todo esto de la enfermedad logro ver que algo cambió en mí, algo distinto ocurrió desde el momento que nos enteramos del cáncer: No tuve la tentación de entender nada, ni siquiera de cuestionar por qué a nosotros, sólo estaba ahí frente a lo que se nos presentó, frente al misterio, sin ninguna pretensión. Me asombraba ver también esto en mi marido. Estar frente al misterio como el pastor, sin nada en las manos, ya es una Gracia. Sólo así Cristo lo tomó todo, y este camino comenzó a ser dulce, verdaderamente e increíblemente bello. Percibía que esta nueva forma de estar no era yo, claramente esto no venía de ningún esfuerzo mío, no venía de nosotros, Él nos la había donado, y sin siquiera merecerlo. Creció en nosotros la disponibilidad de nuestro corazón para decir sí y estar enfrente a lo desconocido, solo aferrados a la certeza que esto no lo vivíamos solos, que Dios estaba muy presente y que no permitiría ningún mal para nosotros.
Teníamos muchas incertidumbres de lo que vendría e intuíamos que no sería nada de fácil todo lo que se venía con las quimioterapias, sin embargo, era más fuerte la certeza en Él y puedo percibir que esto nos dilató el corazón donde Él pudo entrar más y más, y ahí crecía una libertad que nos permitía decir “Hágase en nosotros Tú voluntad”, palabras que nacían con mucha paz y serenidad. Podía ver que esto que teníamos en frente era una ocasión enorme para llegar más a Él, percibía que Dios me llamaba más a la relación con Él. Era imposible concebir esto sin Él.
Ahora veo que este sí que le dimos (mi marido y yo) a Cristo mirándoLo es lo ha hecho todo posible. Este sí es capaz de volver posible lo imposible. Es maravilloso ver cómo Cristo lo abraza todo y es capaz de transformar todo lo que toca, incluso el dolor, dando una esperanza, una paz e incluso una alegría. Porque no es que no hayamos sentido miedo frente al diagnóstico del cáncer, claro que lo sentimos, pero nos dimos cuenta que esto nunca fue la última palabra.
A los pocos minutos de saber el diagnóstico pensamos que esto era imposible vivirlo solos, no podíamos, necesitábamos contarles a nuestros amigos y pedirles que rezaran por nosotros, incluso mucho más allá de nuestros amigos conocidos, incluso gente que no conocíamos directamente y en otros países. Realmente experimentamos que todo el cielo se movía por nosotros y sentíamos realmente cómo la fuerza de la oración nos sostenía. Es imposible conseguir un camino generados por nosotros mismos por nuestros propios esfuerzos, son cosas concretas las que nos sostienen en el camino necesitamos de rostros, gestos, un abrazo una presencia, una mirada. Aún recuerdo una noche que me tuve que ir a la casa dejando a mi esposo en la UCI. El dolor y la angustia me oprimía el corazón. Era de madrugada, mi hermana me fue a buscar para ir a casa. Yo en ese momento no lograba rezar no podía y no encontraba la paz. Mi hermana en ese momento rezo por mí. Verbalizaba en voz alta las palabras que yo no podía, mientras yo estaba abatida, cansada, tenía pena y dolor. Ese gesto concreto me salvó. Volví a mirar. Volvió poco a poco la paz a mi corazón. La oración verdaderamente es un arma poderosa yo la experimenté. Fue nuestro gran sostén, es por eso que le estoy tan agradecida a las muchas personas que nos acompañaron de esta forma. Cada día yo veía mi fragilidad y la de mi esposo, sin embargo, esto era vencido por la grandeza de Dios. También recuerdo a otros que se movían en acciones como almuerzos para reunir dinero, también otros que hacían turnos para acompañarme en los traslados para realizar las quimioterapias, en fin, muchos gestos nos acompañaron. Asimismo nos acompañó mucho la oración de Giussani para su beatificación en todo el tiempo de la enfermedad, desde el primer día sentimos su compañía e intercesión como un verdadero amigo. Como nos dijo el Papa Francisco desde la plaza San Pedro, el 27 de marzo del 2020: "Nadie se salva solo".
El estar frente a Cristo es radical, no es a medias tintas. Se puede ver en cómo estás frente al dolor, ante una enfermedad, lo que fuese, incluso frente a la cotidianidad del día a día. Cuando uno logra percibir que Él está en todo lo tuyo, en tu historia, en tu presente, en tu vida, porque es parte de tu consistencia como ser ya que tiene correspondencia con tú corazón, y que nada está fuera de tu relación con Él, entonces uno ve que todo es abrazado. Ya no te reservas nada. El Señor ya lo conoce todo, y nada de mí Lo podría escandalizar, ni mi error y ni mal son capaz de apartarme de Su amor y de Su mirada por mí. Él no toma solo lo que le gusta de ti, solo Él es capaz de tomarlo todo y mirarte verdaderamente. por eso digo que es radical... Para mí fue así: o te alejas o te aferras más a Él. Para nosotros fue aferrarnos más a Él, abrazando la cruz con la mirada fija en Él. Todo se transformó en una petición y en un ofrecimiento. Petición para poder estar frente a lo que se nos propone y que sea la posibilidad de llegar más a Él. Ofrecimiento porque vivir esta situación con mi marido ha sido una posibilidad muy linda para entregar lo que vivimos por otros.
Más que nunca en este tiempo nos sentimos inmensamente amados, abrazados y mirados por Él. La enfermedad ya no era la última palabra. Cristo no solo venció en esa cruz, sino también en nuestras vidas y a cada instante que se lo permitimos, aún más cuando le permitimos dejar que entre por completo, como cuando el hijo que se lanza a los brazos del Padre, con esa certeza. Más que nunca se me hacía evidente la compañía. Era claro que nosotros solos no podíamos, así que nos fiamos completamente de la experiencia de ser hijos y ser amados.
En este camino no sólo se nos propuso la enfermedad propiamente tal, sino también la posibilidad de no volver a ser padres. La fertilidad también se vería afectada por el tratamiento. Cristo conoce nuestro corazón y sabe que nuestro deseo ha sido siempre tener muchos hijos, y aquí me sorprendo nuevamente viéndonos a ambos queriendo entregar todo, incluso esto. No queríamos ser nosotros los que pretendíamos tener controlado todo, guardando espermios como se nos aconsejó por los diferentes médicos. Nuestro corazón reclamaba fuerte "¡tú perteneces a Dios, a Él te debes confiar!". Así que con mucha certeza, tranquilidad y paz, decidimos no guardar espermios. Deseábamos que fuese la Gracia la que entrara en nuestra vida.
Durante el tiempo de la enfermedad no podíamos estar presente físicamente en casi ningún gesto de los que estábamos acostumbrados como las misas, la fraternidad, la caritativa, escuela de comunidad, etc. Estas ausencias causaban un dolor, los extrañábamos mucho, sin embargo, junto a los amigos buscábamos la forma de encontrarnos y acompañarnos utilizando los medios tecnológicos. Nuevamente nos encontrábamos ahí entregándolo todo. En este tiempo que estuvimos más aislados socialmente, descubrimos que ni la distancia física nos podía hacer sentir solos.
El tiempo de la enfermedad ha sido el tiempo en que hemos podido experimentar más estrechamente nuestra relación con Dios y con la gracia. Realmente ha sido la oportunidad para ver crecer más todo en nuestras vidas. Fue muy lindo porque también se nos dio una nueva forma de mirar nuestro matrimonio, de una forma verdadera, de mirar al otro como un don que se me regala todos los días. Cuán feliz me sentía de poder cuidarlo y hacer por él incluso pequeños gestos cotidianos.
Vivir con la conciencia de que es Él el que está de todo esto, me hace buscarLo más, me hace querer estar más frente a Él, en una petición constante. No pido que las cosas sean como yo quiero, sino poder estar frente a lo que me propone. Me fío de que todo es un camino que me lleva más a Él. Para mí es muy evidente, mirando mi historia y mi vida presente, que Cristo está en mí, incluso cuando no entiendo o no es tan evidente, ya es una certeza. Pero también es evidente mi incapacidad, mis limites. por eso me vuelvo constantemente una mendiga que lo busca, no solo en la oración sino también en las circunstancias del día a día fuera. Todo es un diálogo con Él. En cada cosa pido su mirada y no la mía. Soy consciente de mi error, cuando no lo dejo vencer a él y prevalecen mis límites y esto percibirlo como un dolor porque entonces me vuelco nuevamente a él. Ahora solo me fio de Él, por eso digo "no pido que las cosas sean como yo quiero”. Me veo más hija fiandome del Padre, y he descubierto que si confío en él nada malo me puede pasar.
Creo que es justo pedir estar atentos y más conscientes a lo que Él nos propone. Ésta es mi petición constante, vivir estando atenta y consciente, para mí esto es crucial. Esto ya genera algo en uno que tiene que ver con la disponibilidad del corazón. Me da pavor no vivir con esta conciencia y estar distraída a lo que Cristo me quiere mostrar. Aunque sé que mis límites no son la última palabra ya que Él es creativo y siempre busca la forma de ir a nuestro encuentro.
Después de vivir esta situación, me descubro viviendo más libre frente a las circunstancias de la vida. He experimentado que estando con Él, en Su presencia, nada me puede aplastar y esto ocurre incluso con toda mi fragilidad y humanidad. Él lo abraza todo. Ya no quiero hacer nada sin la mirada de Cristo. Pido en todo momento que sea su mirada la que venza y veo que así ha sido. En las mayores dificultades Cristo ha vencido. No le temo al cansancio ni a la fatiga. Me niego a la idea de vivir ahogada y aplastada por la realidad es por eso que constantemente lo buscó. La dificultad en mi vida ha sido motivo para experimentar más mi relación con Cristo. No quiero mirar la realidad sino es con su mirada, sola es imposible. Él ha sido realmente misericordioso en responder a mis inquietudes y en darme todo lo que no logro, me habla a través de las circunstancias, de mi esposo, amigos o personas cercanas. No hay día que no me haya sentido amada y mirada por Él.
Mi libertad está en Él, su mirada y compañía me han salvado y también lo veo en mi esposo, en su libertad frente a esta enfermedad. Definitivamente ya no somos los mismos. Ahora somos más ciertos de Él en nuestras vidas. Él es nuestro principio y nuestro fin. Todo nuestro dolor y cansancio tiene un sentido con Él. El fin último es llegar más a Dios. Ver cómo Él vence en nuestras vidas es lo que me hace feliz, porque veo que no vence mi orgullo, fatiga, etc.
Es sorprendente como Cristo se ha encargado de sostenernos en todo este tiempo para estar frente el trabajo, la enfermedad y la familia. El imprevisto ha sido muy educativo para nosotros, ya que nos ha permitido ser más libres y por ende más feliz en las circunstancias. Nos ha educado en ser más hijos y fiarnos mucho más. Ahora se nos hace más fácil abrazar el imprevisto como una posibilidad, como un bien.
Por mi fragilidad humana, que bien Dios conoce, no siempre veo todo con claridad y le he pedido me ayude a ver cuando el camino se hace cuesta arriba. Él se ha encargado muy tiernamente de mostrarme y regalarme signos de belleza, alegría y certezas, cuando pareciera no haber nada. Por esto digo Cristo vence en mi vida. No estamos solos, el sol siempre está ahí aunque no lo veamos, aunque esté nublado, Él no se ha ido, siempre está ahí...