Ricos en su Pobreza

Gruta de la Natividad / Gruta de San Jerónimo.
Francisco Espinoza

Lo más conmovedor de la visita a la Gruta de la Natividad, según conversamos luego entre los que fuimos, fue el silencio, esa postura de recibimiento con la cual recibimos el regalo de estar frente al lugar donde, según la Tradición, nació Cristo. Todos nos percatamos, y obedecimos con sencillez, al deseo que teníamos dentro de no perdernos nada del deseo que teníamos de vivir bien ese momento, de recibir la palabra que Dios nos quería decir en ese momento, de dejar entrar una cosa distinta. Nos arrodillamos y rezamos en silencio.
En lo personal, sin embargo, hay otro particular que me gustaría destacar. En la pared justamente opuesta a la Gruta de la Natividad se encuentra una capilla consagrada a San Jerónimo, donde éste se habría encerrado a traducir los textos de la Biblia desde el griego y el hebreo al latín (es decir, quien hizo la traducción conocida como Vulgata). Mucho después de la visita, averigüé que San Jerónimo se mudó allí, entre otras razones, dado que el hebreo era el idioma que menos manejaba, por lo que se fue a Belén mismo para poder traducir correctamente la Palabra a la lengua más hablada en el mundo entonces.
Sin embargo, en el momento mismo de la visita, mi asombro tenía una fuente mucho más sencilla: uno de los Padres de la Iglesia había vivido una relación tan cercana con Jesús que había deseado vivir muchos años cerca del lugar en el que nació. El contraste y la relación entre la sencillez de Jesús, la pobreza de su nacimiento y de su vida entera, y la tarea titánica y (a la vez) fascinante de San Jerónimo no era una cosa especulativa. Efectivamente, es como si para que hubiera un Jerónimo tuvo que haber un Jesús nacido en Belén, en un pesebre. En otras palabras, fue imposible no notar el hecho de que la grandeza del Santo depende de la misericordia de Dios.
Ese día, volviendo al hotel, recordaba una frase de San Pablo que tenía guardada en el fondo de la mente, sin que yo jamás hubiera hecho mérito para recordarla. De hecho, recién ahora, escribiendo esto, me di cuenta de que la había escuchado y leído hace 8 años, cuando estaba recién comenzando mi relación con el Movimiento Comunión y Liberación en el grupo de Secundarios, en "Por qué la Iglesia". La frase dice: “pues conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza” (2 Cor. 8, 9).
La Gruta de la Natividad, en la pared opuesta a la de San Jerónimo, es particularmente elocuente sobre esto. El Verbo se hizo pobre por nosotros, se hizo un niño judío cualquiera, nacido en una gruta en un pueblo perdido en medio de un país sometido al poderoso Imperio Romano. Y sin embargo, esa pobreza, ese silencio primero de Dios hecho hombre permitió a toda una historia de hombres y mujeres, igual de pobres, descubrir la mayor de las riquezas. Como a San Jerónimo y a tantos otros, les permitió hacerse parte, asociarse a la historia más interesante de la historia de la humanidad, ser santos y santas. Les dejó espacio y libertad para ser amigos suyos, y contribuir con sus dones a la construcción de la Iglesia y el mundo.
Y es que, de hecho, la vida de la Iglesia se ha sostenido por personas que quieren donar sus escasos o muchos dones a la obra de Uno que se ha hecho pobre por todos. Como dice Giussani en el libro que recién mencioné, “precisamente porque tienen en común el fundamento y el sentido de la vida, Jesucristo, los primeros cristianos sienten como ley de su convivencia la tendencia a poner en común y, más en profundidad, a concebir en común los recursos materiales y espirituales”. La misión de los cristianos se hace posible, desde esa perspectiva, porque saben que lo único más relevante por lo cual vivir, por lo cual donarlo todo, es Aquel que se hizo pobre por nosotros. Por eso comparten todo lo que tienen (o al menos intentan irónicamente hacerlo).
Jesús no escribió sus propios Evangelios, ni mucho menos los tradujo al latín, pero Jerónimo sí.
Jesús no fue a discutir con los filósofos de Grecia, pero Pablo sí.
Jesús no rescató a su propia Iglesia de su decadencia en la Edad Media, pero Francisco sí.
Jesús no construyó la Sagrada Familia, pero Antoní sí.
Jesús no fundó Comunión y Liberación, pero Luigi sí.
Jesús no me engendró, pero mis papás sí.
Jesús no me vino a buscar a mi casa, pero María José sí.
Jesús no fue mi padre, pero Marco sí.
Jesús no fue mi hermano, pero mis amigos sí.
En verdad, sí fue Jesús. Y también fueron ellos.
Verdaderamente somos ricos, pero solo porque Uno se hizo lo suficientemente pobre como para devolvernos una mirada asombrada y rica sobre nosotros mismos, para ponerse tan cerca que nos pudiera escuchar estudiar, escribir, rezar, cantar e incluso reclamar. Lo dice mejor que yo otro Pablo, pero esta vez Neruda, en otra cita que también conocí en esos tiempos de secundario: “todo era de los otros y de nadie, / hasta que tu belleza y tu pobreza / llenaron el otoño de regalos”.
Ojalá tener un corazón más humilde y generoso para donar estas riquezas. Mejor dicho, como nos enseñan estos santos, ojalá dejarme enriquecer por Su pobreza.

Francisco Espinoza